Del grito en la pared al diálogo de sordos de los medios


"Un intrascendente cruce de graffitis permite sacar conclusiones inesperadas sobre los medios masivos, el marketing directo y la mala redacción publicitaria". De esta manera comienza esta muy interesante parábola sobre los grafitis y el marketing directo publicada el Lunes 17 de Marzo en Adlatina.LadoB y no es mas que otra nueva muestra del gran trabajo que está realizando Pancho Dondo en este muy interesante blog.

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Siempre se dijo que un graffiti es un grito en una pared. Sin embargo, por más poética y certera que resulte la analogía, un graffiti y un grito tienen dos enormes diferencias que pueden llegar a establecer entre ellos abismos insalvables: en primer lugar, un graffiti no tiene voz, no tiene sonido, no tiene volumen; en segundo, un grito no tiene dibujo, no tiene grafía y, en consecuencia, tampoco tiene ortografía.
Nadie puede cometer un error ortográfico al gritar, y sí, perfectamente, al escribir un graffiti.
¿Hay algún error en la foto de arriba? No. ¿O sí?
Está bastante claro que el primer graffitero, el de la tinta roja, quiso en la breve frase OLAS DE NADIE dejar estampada su sensación con respecto a algún oleaje: al del incansable mar, al de la cambiante sociedad en su eterno devenir histórico, al de las modas y su efecto boomerang en las costumbres de las personas y los medios, quizás incluso al de las hinchadas de fútbol de ciertos países más afectos a la televisación y la fiesta que al deporte en sí.
¿De quién son esas olas?
Absolutamente de nadie, afirma el Graffitero Rojo. Ni siquiera de él, creador de una idea que, como todo graffiti, apenas estampada en el silencioso muro adquiere instantáneamente un anonimato que puede expandir sus límites mucho más allá del espacio geográfico e, incluso, del espacio mental de su autor.
EL SEGUNDO GRITO
El juego de acción y reacción, estímulo y respuesta, provocación y venganza es perfectamente habitual en las paredes de casas, estaciones de trenes, baños públicos y demás espacios en los que la creatividad popular adquiere rienda suelta, siempre que cuente con una fibra gruesa o un pincel a mano.
Lo que no siempre está tan claro es que el rebote corresponda siempre con total fidelidad a las intenciones del impulso inicial… como en este caso.
Al escribir CHAUS DE TODOS, el Graffitero Negro ¿confundió simplemente el olas del Graffitero Rojo con ese holas que en realidad nunca escribió, o quiso más bien dejar en evidencia la ignorancia ortográfica de su colega y destacar, por lo tanto, su propia astucia remarcando la ausencia de esa huidiza hache?
Nunca se sabrá.
Como tampoco, en realidad, se tiene certeza absoluta de lo que quiso estampar en la pared el primer autor: ¿no habrá olvidado él la H en una frase que, más que a las olas del mar, a las modas o a las hinchadas de fútbol, pretendía referirse más bien a los saludos ignotos y omnipresentes que todo mortal intercambia en su día a día agotadoramente urbano?
MARKETING… ¿REALMENTE DIRECTO?
Hechas (con permiso del lector) las disquisiciones anteriores, es oportuno apuntar que el hallazgo ciudadano casi obliga a posar la mirada un poco más allá de las expresivas paredes de la casa – casa cuyo propietario, seguramente, estará pensando en estos momentos más en manos de pintura que en elucubraciones filosóficas.
Y es que aquel citado juego de acción y reacción o estímulo y respuesta representa nada menos que el mecanismo fundacional de una herramienta de comunicación que la publicidad del siglo XX consagró como uno de sus modus operandi preferidos: el marketing directo. Con un argumento basado en la precisión de ciertas estadísticas indiscutibles, en la confección de ciertas bases de datos actualizadas al minuto y en la certeza que brinda el diálogo one to one entre una marca y sus actuales o potenciales consumidores –de una eficacia muy superior, dicen, que los disparos a mansalva de la publicidad en los medios masivos–, los sumos sacerdotes del marketing directo gozan hoy de un prestigio incomparable en el universo de especialistas en construcción de marcas.
Aunque… ¿alguna vez se habrán detenido a pensar que entre sus huestes de obedientes soldados creativos aparecen, con más frecuencia de la aconsejable, la impericia y la torpeza de la mano de unos cuantos Graffiteros Rojos? Los olas sin hache cuando tendrían que haber sido con, impresos en tinta dorada tras ser examinadas al microscopio por veinte o treinta pares de ojos, son bastante más fáciles de hallar en un folleto publicitario que la famosa quinta pata del gato.
¿Y qué decir de los inevitables acosos de los Graffiteros Negros, que cuando no entienden mal lo que se les está preguntando en nombre de La Marca, responden sencillamente otra cosa o completan el cupón con datos que no corresponden a la realidad?
Por supuesto que, en una estadística bien hecha de una acción de marketing directo, el margen de error siempre está contemplado; pero es indiscutible que las reacciones sólo serán las esperadas si los estímulos han sido los correctos. Únicamente en esos casos el marketing puede autotitularse directo con orgullo.
Mientras tanto, no sólo las OLAS seguirán siendo DE NADIE, sino también los CHAUS.

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